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El compromiso social []

En una época de escritores comprometidos dominados por el canon social-realista, surge uno de los más importantes e inquietantes Pablo Palacio] . A pesar de que fue empequeñecido por la crítica de su época, el tiempo ha probado su gran valor. En palabras del crítico peruano José Miguel Oviedo: “…todavía estamos descubriendo a Palacio, mientras, paradójicamente, muchos de los "realistas" de su tiempo pasan al olvido". (2005)

Entre sus mayores detractores estuvo Joaquín Gallegos Lara. En un artículo publicado en El Telégrafo afirma que Pablo Palacio es un escritor talentoso que no logra “meter en su literatura la cantidad indispensable de análisis económico de la vida…” (Gallegos Lara, 1933) y, por ende, falla en su quehacer literario. Pero, al contrario de lo que muchos afi rman, Pablo Palacio fue un autor tan comprometido como los realistas de la Generación del 30, pero ejerció su crítica social desde una perspectiva individual y sugerente que se evidencia en el tono, los personajes y ambientes de su obra Un hombre muerto a puntapiés.

La bola de barro en Un hombre muerto a puntapiés[]

"Con guantes de operar, hago un pequeño bolo de lodo suburbano.

Lo echo a rodar por esas calles: los que se tapen las narices

habrán encontrado carne de su carne”

(Palacio, 1927)

Pablo Palacio fue un escritor ecuatoriano de los años 30,  conocido por haber tomado un enfoque distinto en su literatura; mientras José de La Cuadra hacía hincapié en todas las situaciones injustas, tratando de describir la naturaleza, valores, creencias y supersticiones de minorías, movimiento llamado realismo social, Palacio se enfocaba en el realismo abierto. Este se caracteriza por hacer denuncias a la marginación de las personas por diferentes razones. Mediante este, Pablo Palacio trató de desviar un poco de esa atención hacia seres que representaban una incomodidad en general.

“La Doble y Única Mujer” es un cuento acerca de dos seres que son uno, pero a la vez son dos. Se describe al personaje principal como un ser que tiene una condición bastante extraña. Son dos personas que comparten ciertas partes del cuerpo, poseen 4 brazos, dos cabezas y cuatro piernas. El texto explora el conflicto entre la dualidad y la unicidad del ser humano, pues se habla de cómo “yo-primera” sobresale y dirige a “yo-segunda”, quien tiene una personalidad más sumisa y controlable. Debido a su singular físico, ellas experimentan marginación por parte de todos los que las rodean: su padre les pegaba y sentía repugno hacia ellas, pero cuando estaban entre más personas, él, hipócritamente demostraba afecto y cariño y ellas no podían hacer nada - él, siendo una persona común, merecía más crédito que ellas. Yo-primera y segunda atribuían su condición a un simple hecho: durante el embarazo, su madre había escuchado demasiadas historias de terror. Estos seres sentían una responsabilidad social de tener que justificar su condición.

Para Pablo Palacio, la marginación de ellas estaba reflejada en una sociedad a la que él profundamente odiaba: una burguesía que jugaba a ser juez y a decidir quiénes estaban dentro y quiénes quedaban fuera. No solo aquellos que eran físicamente diferentes quedaban fuera, tampoco encajaban los enfermos mentales y aquellos con preferencias sexuales poco convencionales para esa época. Es por eso que en el epígrafe de su obra Un Hombre Muerto a Puntapiés, habla de aquel lodo suburbano, aquel que debe ser tocado con guantes de operar - el hermetismo de una sociedad no debe ser roto, aquellos que no fueron maldecidos con la diferencia no deben contagiarse. Así también, aquellos que sí lo fueron deberán arrastrar las consecuencias, como dice en "La Doble y Única Mujer", “nadie puede quererme, porque me han obligado a cargar con éste mi fardo, mi sombra; me han obligado a cargar mi duplicación” (Palacio, 1927). Ya para ellas era lógico pensar que por ser diferentes no merecían amor, evidenciando inferioridad.

“Un Hombre Muerto a Puntapiés” relata la historia de un individuo que se encuentra con una noticia de crónica roja que le causa interés y, debido a su morbo, decide hacer una investigación personal. Este se regocija con la noticia de un hombre que fue matado a golpes; para nosotros los lectores nos resulta sanguinario, no humorístico. El narrador inventa una explicación de por qué murió este hombre a partir de una foto de la víctima: Octavio Ramírez era un extranjero que acababa de llegar a esa ciudad, tenía un “vicio vergonzoso”. Una noche, “al llegar a la calle de Escobedo ya no podía más. Le daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara. Lloriquear, quejarse lastimeramente, hablarle de sus torturas” (Palacio, 1927), existía una necesidad del narrador de humillar al personaje. Esa misma noche, se encontró con un muchacho al que persiguió para tratar de satisfacer sus deseos, hasta que su padre intervino y, al darse cuenta de la situación, mató a puntapiés a Octavio Ramírez.

Es evidente entonces, como este personaje plasma una visión colectiva que Palacios creía que estaba muy presente en su sociedad. Existía una obligación a justificar injusticias y delitos hacia seres rechazados mediante la creación de historias para así llegar a exonerar aquellas acciones inmerecidas; la sociedad no le daba atención y justicia a estos casos. En el caso de Octavio Ramírez, bastó el hecho de que sea homosexual para justificar su muerte.


En conclusión, lo que Pablo Palacio buscaba era romper esa burbuja, pues, “¿cómo echar al canasto los palpitantes acontecimientos callejeros?” (El Comercio de Quito). Lógicamente, él consideraba crucial tomar en cuenta todo lo que las demás personas ignoraban y sacarlo a la luz. Palacio trataba de hacer un cambio en un ambiente donde la realidad no era lo importante, sino la comodidad.

Por: Camila Rodríguez. Liceo Los Andes.

Influencia cultural

A partir de sus relatos, se ha realizado una serie de adaptaciones y homenajes que valen la pena mencionar.

Vida del ahorcado

Director: Iván Mora Manzano<

Otras producciones:  "Sin Otoño, Sin Primavera"


"Débora" de Sal y Mileto. 



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